“Ningún bebedor de agua escribió jamás nada inteligente” Cratino (siglo V a.C)
Los moralistas de la salud y del bienestar ocupan en estos tiempos un lugar de privilegio.
Hacen de la salud un fin último y aunque no haya que negar que la salud resulta esencial para una vida agradable, también debemos asumir que está inevitablemente destinada a marchitarse y a perecer por el desgaste del paso del tiempo.
Los sacerdotes de lo natural hacen de su objeto (el cuerpo) un objetivo supremo, que no busca despertar la conciencia de lo transitorio como oportunidad de vida y de acción, sino que induce a anular el sabor de la vida y el disfrute de sus delicias, en pos de una salud imperecedera pero insulsa, que aseguran que nos hará durar más y en mejor estado de conservación, pero viviendo una vida, sin sabor ni frutos.
El problema con estos nuevos moralistas es que desprenden un olor a superioridad moral que a veces intoxica, como sucede con ciertos perfumes que exageran en la intensidad de la fragancia. Desconociendo que hay preferencias que de tan intensas se tornan en manías y hacen perder la cordura a quien presume exageradamente de ellas.
Es bien sabido que a todo grito de libertad le sigue siempre a modo de sombra, una nueva intolerancia. Los nuevos libres pasan a ser generalmente los estrenados intolerantes y su doctrina la nueva dictadura.
Esto nos sucede porque somos poco propensos al equilibrio, ya que el equilibrio resulta ser un trabajo tedioso, que requiere de una constancia que nunca se da por terminada.
Quien cree haber alcanzado el equilibrio y se relaja definitivamente, lo pierde. Porque todo equilibrio necesita de una fuerza continua.
Siempre recuerdo aquellas tardes en el balancín intentando compensar el peso con los amigos. Al acabar el tiempo del juego tocaba bajarse y entonces el equilibrio se rompía, quedando un lado de la madera hacia arriba y otro hacia abajo. Y por más que uno intentaba dejar la tabla en el medio, resultaba imposible, porque el medio sólo se alcanzaba con el peso alternado de dos fuerzas contrarias.
Asi sucede también en la vida, en donde hay sanos que por querer estar tan sanos enferman, santos que por creerse tan santos se envilecen y gente que por querer durar tanto, vive la vida como si ya estuviera muerta.
El equlibrio se hace presente también en la buena mesa, en donde frente a cada plato se disponen siempre dos copas, una de agua y otra de vino, para que la alternancia alimente y nutra como es debido.
El saber usarlas es un arte como cualquier otro, que se adquiere con la práctica, el tiempo y la observancia atenta de todos los ejemplos.
Un poco de agua y un poco de vino, un poco en la tierra y un poco en el cielo, un poco de cuerdo y un poco de loco, un poco de hombre y un poco de Dios, un poco de todo y un poco de nada.
Porque no sólo de pan vive el hombre, sino que debe también saciar otros muchos apetitos.
Despues de todo ¿Quién dice que el equilibrio no sea la fuerza que nos permita vivir sanamente entre dos mundos?
JR
“Ningún talento fue grande sin una dosis de locura.” Aristóteles