Todo aquello que se repite a diario se va haciendo costumbre.
Uno se acostumbra a la queja y a la infelicidad, igual que se acostumbra a ser dichoso, porque todas las costumbres se alimentan de las mismas pequeñas cosas y de muchos días de práctica.
Mientras alguien se acostumbra a ser dichoso y aprecia lleno de alegría una mañana de sol, otro se empeña en ver a esa misma mañana como a una nueva amenaza de rayos UVA.
Algunos se acostumbran a los vicios y otros a las manías y en dosis muy elevadas resultan ser igual de perjudiciales los dos, porque tanto la adiccion del primero como la intolerancia del segundo, se vuelven destructivos para nosotros mismos y aburren y avergüenzan al entorno.
Lo mejor es no volverse ni tan vicioso ni tan maniático; pero teniendo que elegir, es siempre más recomendable estar un poco borracho para soportar al maniático.
Es imprescindible preguntarnos de vez en cuando, a qué cosas nos estamos acostumbrando, porque hay costumbres que más vale erradicar de cuajo, ni bien nos entre la sospecha de que pudiesen convertirse en un mal hábito.
Uno de los riesgos de un mal hábito cuando se hace costumbre, está en que la descendencia tienda a endiosarlo y a perpetuarlo; con ese afán que tenemos siempre por enaltecer cualquier vicio o manía, sólo por considerarles antiguos y familiares.
Hay que acostumbrarse a desacostumbrarse de todo aquello que nos haga ruido, porque no por muy repetidas que estén las cosas, tienden a ser ciertas, saludables o correctas.
Uno debe dudar de todas las historias porque todas las historias tienen mil miradas distintas y sólo basta preguntarse, qué cosas contaría de los tiempos que corren, nuestro vecino.
Seguramente su lectura de la actualidad sería muy distinta a la nuestra y da curiosidad imaginarse las cosas que contarán en 100 años los libros de Historia sobre nuestra historia. ¿Será mi versión o la del vecino?
Por eso es importante desconfiar debidamente de todas las historias y deshacerse de cualquier costumbre de certeza, que inutilice a la inteligencia y premie sólo a la memoria, porque no por mucho repetir se sabe o se conoce.
Al fin y al cabo la Historia es sólo la historia del hombre y difícilmente nos sirva aprenderla de memoria, sin detenernos a estudiar bien al personaje en su tiempo.
Para llegar a la conclusión de que toda certeza es relativa, he presenciado el relato de una pelea entre dos niños de la escuela. Cada uno contaba una historia distinta sobre el origen, el transcurso y el desenlace de la misma riña, de la cual no hubo testigos.
Este episodio me llevó a desconfiar de todas mis certezas sobre los enfrentamientos de los libros de Historia, porque de todas las historias, el único misterio será siempre la verdad.
JR
“ La inteligencia se obstruye con el exceso de memoria porque para conocer es necesario olvidar” JR