Existe un momento por las mañanas; ese que está entre el café y la ducha; que nos vislumbra una oportunidad para cambiar.
Y si no eres capaz de reconocerlo antes de encender el piloto automático que te convierte en el robot de siempre, deberás esperar a encontrarlo, recién al día siguiente.
Todo cambio empieza allí, en ese instante en el que aún estás medio dormido y en el que tu personaje habitual todavía no se ha despertado.
La terapia nunca sirvió más que para crear ejércitos de resentidos; o al menos yo no he visto nunca a nadie convertirse en nada distinto al personaje infeliz que era antes de entrar a la consulta.
Eso si, de cada sesión se salía con más culpables y con más excusas, cada cual más remota, insólita y alejada en el tiempo. (tengo un amigo sudamericano que luego de 20 años de terapia llegó a la conclusión de que el culpable de toda su miseria era Cristóbal Colón)
Esto mismo hicieron en Madrid en el congreso del clima. Llegaron, gastaron el dinero de los contribuyentes, contaminaron la ciudad durante dos semanas, echaron la culpa a Trump, hicieron sus negocios particulares y se marcharon.
No tomaron desiciones, ni cambiaron absolutamente nada. Vinieron a llorar, a quejarse, a hacerse las víctimas entre banquetes, guardaespaldas y hoteles cinco estrellas y se fueron con más contactos y con más negocios personales.
Buscaron culpables, criticaron a Trump (como establece la normativa general) y promocionaron a la súper Greta vestida de verde, que viajaba en yate, en Tesla y posaba en un sillón de piel de vaca con su mamá.
En fin, que los verdes vinieron a contaminar y a hacer terapia, la pagaron con nuestro dinero y se fueron igual de enfermos y de hipócritas que antes.
Mi ventaja personal en el aspecto terapéutico fue que mi abuela odiaba escuchar problemas. Y si venías a plantearle alguno, te miraba mal y te reprochaba tu falta de inteligencia y de creatividad para salirte inmediatamente y con todos los recursos disponibles que tu tiempo te ofrecía; de ese lugar de víctima tan espantoso, en el que te habías metido gustoso.
A mi tía se le ocurrió una vez hablarle de su mal matrimonio, a lo que mi abuela le respondió inmediatamente: …»¡Pero chica, sepárate ya! ¡El divorcio es legal ahora! ¡Aprovecha!»
El regazo en donde yo podía ir a llorar ante un problema fue siempre una especie de empujón o de patada en el culo hacia el cambio o hacia una pronta solución; impulsos que me acostumbraron desde muy pequeño a salir sin demora de aquel cómodo y patético lugar de ser una víctima.
Este tipo de educación; a la que hoy muchos considerarían como a un maltrato infantil; me ha ayudado muchísimo en la vida.
Me ha hecho hábil para encontrar soluciones rápidas, me ha ahorrado mucho tiempo y dinero en terapias interminables y costosas y me ha empujado hacia la acción, hacia el viraje, hacia la toma de desiciones a tiempo y hacia los libros de Filosofía.
(El filósofo no hace otra cosa que buscar una respuesta racional a la realidad de su tiempo, pero como los tiempos cambian, sólo perduran aquellas observaciones atemporales, que encajan en cualquier tiempo y en cualquier lugar. Saber identificar estas observaciones, me llevará toda una vida de estudio y de constante satisfacción).
Existe actualmente una tendencia creciente y alarmante hacia el enaltecimiento del victimismo, que espantaría sin duda a mi valiente abuela.
Somos un planeta de llorones, de fanáticos, de resentidos y con una masiva y alarmante tendencia al aborrecimiento del trabajo.
Hoy el ser humano considera al trabajo como una aberración y no como a una bendición, como lo fue siempre para nuestros abuelos.
Dices «trabajo» y la gente se echa para atrás, como si les amenazaras con una navaja. Y ya si dices «sacrificio» se tiran por los balcones.
Se echa tanto de menos a aquella generación de la post guerra, que con trabajo duro y el cumplimiento de sus obligaciones nos proporcionó un mundo de comodidades impensables, de innumerables derechos y de placeres infinitos.
Se echa de menos aquella sencillez, aquella fuerza, aquel agradecimiento y aquella valentía; en un mundo de gente cada vez más floja, cada vez mas «verde» para lo que le conviene, cada vez más adicta al subsidio y al bienestar sin trabajo, alérgica al esfuerzo y al ahorro, enemiga de la coherencia y de la autocrítica; que aprendió desde la cuna y reforzado a diario en la escuela pública, que es más fácil, echarle siempre la culpa de lo que te haces a ti mismo, a otra persona.
Hay mañanas entre el café y la ducha; esos momentos anteriores a entrar en mi personaje habitual, en los que aún le oigo decir entre risas …»aunque la masa que te aplaste se duplique, nunca empezará a aplastarte, en tanto tu reacción sea igual a la acción»
JR
Como Siempre excelente análisis
Un placer leerte
Pingback: “Ecología antes del Desayuno” — Rebeldes Digitales | David Castillejos