Lo maravilloso del capitalismo es que es el único sistema que no es estanco y en donde todo puede moverse y darse vuelta en un santiamén.
Quien nace pobre en un sistema capitalista, no tiene porqué permanecer siempre pobre, si se esfuerza y trabaja.
Y no sólo puedes dejar de ser pobre, sino que además, puedes llegar a ser más rico, que aquellos que eran ricos cuando tú eras pobre.
Esta movilidad, sólo sucede en los sistemas capitalistas o en las «democracias» corruptas de muchos países; pero en el caso de la corrupción, la movilidad sólo sucede para los políticos pobres, que luego de gobernar siendo pobres, terminan sus mandatos en la lista de las grandes fortunas del mundo.
En esos casos, no es el capitalismo quien ha ejercido su maravillosa movilidad, sino el arte de robarse el capital del contribuyente.
Pero dejando a un lado a los políticos y a su particular sistema de movilidad, el capitalismo es un sistema basado en el mérito y en el esfuerzo, en la competencia, en la inversión, en la innovación, en el ahorro y en la excelencia.
Existe por supuesto el factor suerte o visión, que hace que lo que tú hagas sea popular en la época en la que habitas.
Hay trabajos que pagan más que otros, dependiendo del siglo en que vivas y la importancia que tenga allí cada oficio.
Y no sólo dependerá del tipo de trabajo que ejerzas, sino de la forma en que lo hagas y cuánto tiempo le dediques.
El otro factor importante de nuestro siglo es el consumismo.
Uno podría pensar que el consumismo es proporcional a la riqueza. O al menos, yo siempre lo creí de esa manera.
Cuando yo era pobre trabajaba como pobre y gastaba como creía que gastaban todos los pobres (poquísimo y siempre comprando lo más barato).
Y ahora que ya no me considero pobre, sigo trabajando como cuando era pobre y sigo gastando como cuando era pobre (siempre ahorrando y comprando poco y barato, para poder darme de vez en cuando, algún gusto bueno)
Yo creía que los ricos consumían más y que los pobres consumían menos, de acuerdo a su nivel adquisitivo; pero viéndome a mi, he comprobado que quien es austero y ahorrativo nunca cambia; sea rico o sea pobre.
Si bien es verdad que al consumismo te lo limita el límite de la tarjeta de crédito, por mas que quieras seguir comprando, el deseo no se para nunca ahí.
Y el ansia por consumir es más dolorosa en el pobre que en el rico.
Pero lo más doloroso de todo, es ser pobre y tener gustos caros.
Puedo imaginarme la desesperación que genera desear algo que no está a tu alcance, además de la envidia y del odio que se debe sentir, hacia todo aquel que lo posee. Por lo cual, el incentivar el consumo sin escrúpulos ni cabeza, ejerce un daño social, que al final nos daña a todos.
Pero el meollo de esta cuestión social es que el pobre de ahora, no es igual al pobre de antes.
El pobre de hoy, quiere iPhone, quiere Prada, quiere Audi y Ferrari. El pobre actual es un pobre distinto al pobre que nosotros conocimos y que fuimos.
Siempre recuerdo un dicho que usábamos para aquel que se iba con cualquiera con tal de ligar: «cualquier autobús le deja bien» decíamos, cuando alguien se iba con la más fea de la noche.
Para mi, la pobreza tenía que ver con conformarse con lo que uno tenía y disfrutarlo sin resentimiento. Uno era pobre, pero sin sentir que le faltaban tantas cosas.
Es curioso, pero los gurús actuales afirman que esta misma receta sirve para alcanzar la felicidad.
Pero el pobre de hoy no se conforma, porque el pobre de hoy es un pobre pretencioso.
Hoy el pobre sufre mucho más y está lleno de odio porque no quiere conformarse, el pobre quiere la «marca».
Uno siempre pensó que el consumismo y el amor a la «marca» eran un lujo que sólo podían darse los ricos, pero hoy en día, un pobre hipoteca su casa con tal de tener un BMW aparcado en la puerta y el último iPhone de moda.
Hay un dolor que es el dolor de la pobreza y a ese dolor lo conozco, pero hay otro tipo de dolor que es el dolor por el consumo y por la apariencia.
Cuando mis tres hijos eran pequeños, una chica joven venía unas horas una vez por semana a ayudarnos con las tareas de la casa.
Se abría la puerta y aparecía ella vestida como salida de la revista Vogue, con su IPhone último modelo, sus zapatillas nuevas y su pelo lleno de reflejos y peinado de peluquería. Mi esposa siempre le decía «yo te veo a ti y aprendo sobre tendencias».
Esta chica ya no limpia casas y es blogger de moda ( y todo gracias al capitalismo).
Mientras ella pasaba la aspiradora con el iPhone en el bolsillo, mi mujer iba al supermercado en su coche segunda mano y llenaba la nevera con productos de marca blanca y atendía llamadas en una Blackberry de segunda mano, que usó durante 8 años y se resistió siempre a cambiar.
No es de extrañar que muchos jóvenes con poco material estudiado y poco comunismo conocido, opine hoy con odio y con desagrado sobre el capitalismo.
El problema con el capitalismo es que estuvo siempre pensado para gente trabajadora y ahorrativa y no para cómodos y malcriados como ellos.
La finalidad del capitalismo era que cada individuo consiguiera su propio capital a base de trabajo duro, ahorro y reinversión. La ociosidad, el vivir por encima de tus posibilidades, el consumo frívolo, excesivo y sin conciencia, nunca lo permiten.
Hoy todos estos malcriados pobres, pero vestidos de Prada, capaces de hipotecar a la abuela con tal de no pederse una fiesta o un verano en la playa, votan al comunismo.
Yo recomiendo a esta generación sin formación ni información, que cuiden mucho su iPhone último modelo, sus zapatillas de marca y lustren bien sus Ray-Ban porque una vez que llegue el comunismo, el consumismo también se les acabó.
Con el comunismo se aprende.
Se aprende sobre austeridad, ahorro y pobreza estanca, sobre inmovilidad económica, sobre reciclaje obligado pero sin el glamour de Greta; uno aprende a coser y a vestirse con las camisetas heredadas de los primos mayores, se aprende a cocinar con las sobras del día anterior, se aprende de mecánica para hacer que el móvil y el coche familiar duren otros 20 años más, se aprende sobre pensamiento único y sobre terror.
Y se te hace carne aquel viejo dicho: «cualquier autobús te dejaba bien» cuando un día siendo aún libre, votaste por irte con la más fea de la noche.
JR