Con los griegos ética y política iban siempre de la mano, porque no se trataba sólo de gobernar sino de gobernar éticamente.
En la Edad Media, que fue el resultado de la corrupción y el declive de los sistemas políticos romanos, la ética fue reemplazada por la teología; y religión y gobierno pasaron a ser lo mismo durante mil años.
Tomas de Aquino abrió el camino hacia la separación de estas dos fuerzas, pero fue Maquiavelo quien finalmente separó a la política de la falsa moral.
Si Maquiavelo tiene mala fama es porque consiguió darle a la política una autonomía hasta ahora inconcebible y la consideró como a una práctica totalmente separada, tanto de la ética como de la religión.
La política pasa a ser una herramienta específica para la acción de gobierno, que no es otra que la toma de desiciones en pos de resultados óptimos para la República.
La función de un gobernante es la de decidir; aunque no siempre sea para decidir entre un bien y un mal, sino también para decidir entre dos males.
Para Maquiavelo la política era una disciplina para conseguir los resultados deseados, que debían ser siempre los mejores para el bienestar de la República.
Habiendo sido un estudioso de la historia, Maquiavelo analizó con detalle todas las circunstancias políticas relevantes e hizo una recopilación de todas las tácticas, métodos y estrategias pasadas; y en el libro «el príncipe» concibe a la política como a un conjunto de acciones útiles, (no siempre ideales), para lograr un resultado óptimo.
Lejos de ser un promotor de tiranos, Maquiavelo fue un observador de la naturaleza real del ser humano y un promotor de la republica, dando pautas para conservarla, aún cuando por su natural tendencia cíclica, todos los sistemas políticos tiendan a un declive y a un reciclaje.
La utilidad es el punto clave de la política; siendo ésta la herramienta para lograr los beneficios necesarios para cada estado.
El problema con Maquiavelo es la mala interpretación que se le dio a sus reflexiones y el uso individualista al que fueron sujetas sus premisas y observaciones sobre las conductas humanas y políticas.
Pocas veces vemos hoy a los políticos pensar en el bienestar de la República por encima de sus intereses particulares.
La política se ha convertido en un medio para el bienestar personal del político y de su círculo de acomodados y sus desiciones poco tienen que ver con la búsqueda del bienestar del pueblo al que gobiernan.
Pero lo más curioso de todo este asunto es que utilizan una pseudoética para congraciarse con el pueblo.
Les gusta «hacerse los buenos» y el pueblo sigue sin entender que los políticos no están en su cargo para «hacer de buenos», sino para tomar desiciones y para conseguir el progreso y el bienestar de su pueblo.
La política es una herramienta de trabajo en aras de resultados, no un altar en donde ser alabado, adular tus buenas intenciones y ocultar tu ineficacia
Costó siglos separar gobierno y religión y que cada rubro tuviese su sitio; para tener ahora que soportar a esta gentuza jugando a ser el Dalai Lama.
No votamos para Papa y no queremos políticos «hipócritas y santurrones», sino políticos hacedores y eficaces que se atengan al respeto a la ley, la misma que acatamos todos.
Que cumplan con sus fines, que no deberían ser otros que nuestro progreso y bienestar en todos los ámbitos.
Ansiamos profesionales que utilicen a la política como a una herramienta y no como a un pedestal para ser beatificados.
La nueva ética es la de cumplir cada uno con nuestro trabajo y de manera eficaz.
No existe otra ética más loable que ésa, en momentos de crisis y de reconstrucción.
No queremos santurrones improvisados hablando con tono de párroco franciscano, sino líderes fuertes, firmes, trabajadores y profesionales.
JR