“Dejarse ir”

Le costó pronunciar cada una de las palabras. Ella sabía que Paul también sufría teniendo que decirle que iba a dejarla, pero al menos se sentiría aliviado unos minutos después.

No es fácil herir a alguien a quien se quiere como a una hermana. Pero esta vez, Mary no le facilitó la huida, ni le interrumpió para salvarle del mal trago y le dejó hablar hasta el final.

Era evidente que Paul tenía ya otra mujer. Los hombres cuando dejan, suelen tener de antemano a otra mujer y generalmente desde hace tiempo.

Dolía como un puñal que te dejasen por otra más joven, más fresca, más complaciente y más hermosa.

«De todas formas – pensó Mary- si yo fuera él, también me dejaría».

«Ojalá yo también pudiera dejarme en este mismo instante en el que me dejas tú» – murmuró entre dientes.

«Nos iríamos los dos a empezar de nuevo. Y dejaríamos los dos a esta Mary, con sus años, con sus arrugas, con sus piernas flácidas y venosas, con su cicatriz de 4 cesáreas, con sus pechos blandos, con su rabia y su corazón roto»-

Después de todo, así es la vida, todo lo viejo tiende a cansar, a caerse y a abandonarse.

Al principio uno lo abandona de a ratos, luego los espacios de abandono se van alargando y un día finalmente, uno logra hacer desaparecer todo lo viejo de su vida para siempre, ignorándolo por completo.

Y esa no es sólo una forma de subsistencia, sino también una manera de ser feliz.

Cuando era joven pensaba, ¿cómo puede alguien ponerse un bañador con unas piernas tan feas?

Hoy vive sin pensar que tiene piernas y curiosamente es mucho más feliz que cuando las tenía lisas y bonitas.

Si hubiera hecho caso a su abuela materna que siempre le decía. «Encuentra en ti algo que no envejezca y aliméntalo. Eso será tu compañía y lo que nunca te abandone, porque todo aquello que envejece te deja sola»

Eran palabras viejas y poco escuchadas pero que hoy brillaban como si fueran nuevas; información recién parida para aquel que logra comprender con la propia experiencia, aquello para lo que antes había sido siempre sordo.

Si no hubiera dejado de tocar el piano cuando nació el primero de sus cuatro hijos, quizás tendría hoy una compañía. Pero ¿qué sentido tenía tocar el piano en una casa llena de niños y de actividades urgentes?

¿Y qué sentido tenía cultivar algo que no le daba ningún beneficio económico?

Cuando hace unas décadas le comentaba a conocidos que tocaba el piano, la gente le preguntaba ¿y dónde tocas? ¿Has grabado algún disco?

La respuesta era siempre no. Y con ella surgió esa sensación de que todo lo que no diera ni fama ni dinero era simplemente inútil.

Inútil practicarlo, inútil cultivarlo e inútil comentárselo a nadie. Aquello que no dé éxito ni resultados visibles se considera innecesario y al final uno se convence de que es una pérdida de tiempo y de que no sirve para nada.

Si hubiera tocado el piano esa tarde, hubieran salido las melodías más tristes, porque lo que más se llora es aquello que se va para no volver jamás.

El dolor de los dolores es siempre la pérdida de lo irrecuperable.

«Ojalá yo también pudiera dejarme y salir de esta habitación con la liviandad con la que saldrás tú, sabiendo que después de este trago amargo, serás libre al fin» – pensaba Mary

«Yo sin embargo, sigo encadenada a mi; a estas manos arrugadas de cambiar pañales, limpiar mocos, hacer trenzas, deberes, papillas y guisos.

Y aunque todo eso ya no está y ellos también volaron, en mí quedaron las marcas de una vida dedicada a los demás»

«Me olvidé de cultivar aquello que no envejece, como me aconsejó mi abuela. Me olvidé de todo aquello que aunque inútil y no remunerado, me daba vida sólo a mi»

«Me dejas y yo quisiera poder dejarme también. Tienes suerte de poder hacerlo; si yo fuera tú, también me dejaría»- se consolaba Mary

-«Y quizás aún esté a tiempo de dejarme así, como soy ahora y salir de mí, para ser otra»-

Al fin de cuentas, uno ha sido siempre tantas cosas. Uno se ha transformado y travestido tantas veces; ha sido niña, hija,madre, esposa, amante, amiga, empresaria, pianista, maestra, psicóloga, peluquera, profesora de natación, de matemáticas, de filosofía, de inglés, de ciencias, de dibujo.

Uno ha sido tantas cosas y se ha olvidado sin embargo de alimentar aquello que no envejece.

Aquello que no da fama, ni gloria, ni dinero, pero que de una forma mágica y misteriosa, enriquece y permanece.

«Hoy me dejas y yo también quiero dejarme, dejando ir todo aquello que fui y dejándome ir hacia lo que no he sido».

Dejarse ir por fin a alimentar aquello que no envejece.

JR

(Fragmentos de la novela » lo invisible»)

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