No han parado los mensajes cariñosos por el día de la mujer en toda la red; ni tampoco las reivindicaciones pertinentes, ni las nuevas exigencias, ni ese eterno y cansino reproche sobre la desigualdad.
Todos sabemos que estar conformes no está bien visto en una sociedad que enaltece a la protesta constante, como si fuera un vicio, que de no ejercerse de forma cotidiana y persistente, te condenara a la sumisión.
El deber es protestar aunque uno esté conforme, porque la protesta permanente también es parte de esta nueva ideología occidental autodestructiva.
Eso si, puedes protestar siempre que tu protesta pertenezca a la lista de las protestas admitidas; (mujer, racismo, desigualdad, inclusión, género, antisistema o clima) pero cualquier otra demanda te llevará seguramente a pasar la noche en un calabozo.
Las marcas no dan puntada sin hilo y son conscientes de que hacerle la pelota a la mitad de su mercado en el día de la mujer es parte del negocio.
Pero el problema es que uno nunca está seguro de cuáles son las palabras indicadas para hacer un anuncio o una felicitación.
Es difícil acertar en un mercado que siempre encuentra el error discriminatorio en todo aquello que observa.
Nunca he visto una predisposición más dispuesta que la del ofendido. Siempre está dispuesto a ser una víctima y cualquier palabra le vale para lograr su objetivo: ofenderse.
«Igual», «distinto», terminar con una «a» o con una «o» pueden ofender, si no se opera con sumo cuidado.
Es por eso, que ante la duda a ser inevitablemente condenado, lo mejor es abstenerse y pasar el día de largo, como quien habita distraído y sin saber bien qué día es.
Con el COVID es fácil excusarse y decir que uno ya no sabe si está en Febrero o en Abril y todo el mundo se lo traga, porque estamos acostumbrados ya, a lidiar con todo tipo de patologías mentales post COVID.
El mercado de los psicólogos y psiquiatras se ha ampliado y las farmacias y los laboratorios seguirán facturando cuando se esfume el virus, porque nos quedarán todos los locos que ha dejado el cultivo malintencionado del pánico.
El problema intrínseco parece ser una desigualdad perturbadora, más parecida a una rivalidad entre sexos, que a la búsqueda de un sano equilibrio entre los dos.
Un amigo mío tenía una esposa feminista y cuando tuvieron a su primer hijo y había que cambiarle el pañal al bebé, tenían que ir siempre los dos a hacerlo.
No bastaba con que uno de los dos progenitores cumpliera con la tarea, porque si el niño cagaba, los cagados debían ser los dos o mejor dicho, los tres.
Que uno cambiara el pañal mientras el otro veía la tele o charlaba en el salón con amigos, suponía una espantosa desigualdad.
Siempre me intrigó el destino de aquellos pobres niños, que con el tiempo comprenderían que su existencia implicaba más una rivalidad y un castigo para sus progenitores, que una alegría conyugal.
Y esto mismo siento cuando me piden que organice un programa digital de desarrollo emocional para niños.
Explicarle a un niño la definición de amor, de dedicación, de disfrute familiar, resulta una tarea muy triste para alguien que aprendió todo eso sin un profesor.
Uno tenía una mamá en casa, ni directora de una multinacional, ni adicta al Facebook, que te leía un cuento, te jugaba al parchís, te cortaba el pelo, te cocinaba rico, te ayudaba con los deberes y te rascaba la espalda antes de dormir.
Y uno aprendía así lo que era el amor, sin necesidad de un profesor, ni de un psicólogo o de un tutorial de youtube.
Esas madres como la mía, son las mujeres oprimidas e infelices por las que protestan y de las que reniegan las feministas en los días como el 8 de Marzo.
Sin embargo, la sonrisa de esas madres oprimidas, que criaban a niños felices sin publicarlo en redes sociales, ya no se ven mucho a la salida del cole.
Hoy las madres liberadas son las que van siempre fruncidas, tironeadas por el trabajo, el pilates, la peluquería, el éxito, la competencia, la dieta keto, la marcha feminista, el LinkedIn, el Instagram y el WhatsApp.
Son tan libres que ya no tienen tiempo de contarte un cuento, ni una anécdota divertida, ni de cantarte una canción, o de prepararte un postre rico y necesitan a un profesor que le explique on line al pequeño estorbo, lo que es el amor.
JR