«De todas las libertades la mas difícil de conseguir es la liberación de nuestra propia imagen» JR
Recuerdo cuando hace muchos años pasé un par de meses en un ashram al sur de la India.
La habitación que me dieron tenía una cama sencilla bajo una pequeña ventana y un baño sin espejo.
Los primeros días eché en falta el espejo, pero ni bien fueron pasando las semanas, me olvidé completamente de él y también de mí.
Los días se sucedían entre meditaciones, charlas, cantos, danzas y trabajos comunitarios y poco a poco, comencé a olvidarme por completo de aquel rostro que me identificaba, como quien olvida las caras de aquellas personas a las que ha dejado de frecuentar hace muchos años.
Se desdibujan las facciones, se confunden los contornos y al final sólo quedan esos aromas que nos devuelven las presencias y el eco de las risas de los buenos momentos compartidos.
En esa época no había ni móviles, ni selfies, ni Instagram, por lo cual, mi desconexión de la imagen fue total.
Noté como al desprenderme de mi propia imagen comencé a mirar con mucha más atención y claridad otras cosas.
Uno se pierde de vista y comienza a ver desde un lugar más amplio, una vez que la prisión de la identificación se ha esfumado.
(Nótese que al perder de vista la propia imagen la mirada se ensancha como la mirada de los insectos)
Y uno se entrega a una observación distinta sin ataduras, prejuicios, bordes ni pasado.
Sucede algo parecido cuando uno es un turista en tierra extranjera. Uno sabe que no pertenece al entorno, ni a sus costumbres, ni a ninguna de las múltiples ataduras que nos impone toda pertenencia.
Es por eso que ser turista nos relaja tanto. Uno está, pero sin ser parte de nada. Uno flota en un limbo de observación y de disfrute, liviano como un extranjero, despegado de lo propio y despegado de lo ajeno.
Al regresar a casa unos meses más tarde hice escala en Frankfurt y entré en el baño del aeropuerto. La sensación de volver a verme en el espejo fue como la del colegial, que cuando suena el timbre, vuelve resignado del recreo al aula.
Uno entra porque no le queda otra, a un cuerpo, que sabe que no le refleja para nada bien.
Uno adquiere con la propia imagen, un contrato de pertenencia junto a las garantías, caducidades y condiciones que esa imagen le impone; sus cuidados, sus normas, su estatus, sus beneficios y también sus dolencias.
Muchas veces a lo largo de mi vida sentí la maravillosa sensación de ser plenamente libre, pero de todas las libertades que experimenté en la vida, liberarme de mi imagen fue sin duda, la más liberadora.
JR