
Cuanto más viajo por los países europeos más me percato del daño moral que le ha hecho el estado de bienestar al espíritu del trabajo.
Si bien el estado de bienestar es un bien muy promocionado actualmente por todas las ideologías de izquierda, bajo el cual se le garantiza al ciudadano una cobertura completa de sus necesidades (salud, vivienda, educación, subsidios, alimento, pensión), es mi deber decir también, que su producto no es un hombre trabajador sino “el hombre vago”.
Este nuevo engendro es un ser que habita en un estado de bienestar constante, en donde se le garantiza que todas sus necesidades estarán cubiertas sin necesidad de trabajar.
Poco a poco, este ser va relajando la musculatura y comienza a necesitar un gimnasio, y va agudizando su astucia y estrategia para perpetuar su estado de abulia en todas las direcciones posibles.
Se vuelve un lince para inventar, detectar y exprimir beneficios que le sigan manteniendo la condición de vagancia durante toda la vida.
Este ser es el equivalente al nuevo niño de 30 años, que sigue viviendo con papá y mamá toda la vida, con tal de no renunciar a los beneficios y comodidades que le proporciona la dependencia.
¿Para qué privarme de algo que pueda motivar mi ansia de superarme, si puedo seguir cómodo, inútil y tranquilito donde estoy?
Mientras el huevón treitañero expresa con soltura y a viva voce su estupidez, la mamá le sonríe y dice orgullosa… ¡claro! ¿Adónde va a estar mejor el nene que en casa?
Pero bueno, todos sabemos que la gillipollez es hereditaria y cultivada y además, ¿qué podemos esperar de unas generaciones amamantadas a base de dependencia eterna y de derechos inalienables?…
Lo peor de todo este malentendido de conceptos es la alteración de las potencias; aquello que antes se conseguía con años de trabajo,(salud. vivienda, alimento, educación etc) hoy es un derecho y de cualquiera.
Todos tenemos “derecho” a todo, no importa si lo merecemos o no.
Y como decía el tango…»da lo mismo el que labura noche y día como un buey, que el que vive de las minas, que el que mata, que el que bura o está fuera de la ley”
Son pocas las diferencias con aquel cambalache del siglo XX y es que hoy, todos tienen derecho a todo, a costa del trabajador y del empresario.
Si algo memoriza bien el Frankenstein actual, es la lista de derechos que posee y que desde pequeño le motivan a reivindicar sin descanso, cortando el tráfico con sus marchas y protestas, al pobre trabajador que es quien viene pagándole su material escolar y sus vacunas desde el parvulario.
El engendro moderno, amamantado a base de ignorancia democrática y con un bajisimo nivel de contabilidad, desconoce que en toda cuenta, para sacar de un lado, hace falta siempre poner del otro.
Detrás de todo ese bienestar y del derecho inalienable del vago moderno, hay una sobredosis de impuestos amplicada sin piedad al trabajador, que por ser ambicioso y tener la osadía de trabajar, se merece pagar y mucho, para mantener al ejército de vagos promovido por la izquierda, que tiene el derecho a seguir siendo vago toda la vida.
El empresario grande o pequeño siempre merece pagar y ese es el único merecimiento que aceptan los comunistas sin condiciones.
Porque el otro mérito; ese que tiene que ver con el esfuerzo y con la recompensa al trabajo; ese no les gusta nada, porque según ellos toda meritocracia está asociada a la ambición capitalista y al privilegio; que aunque la desconozcan por su alarmante falta de neuronas y exceso de derechos, es ese mismo capitalismo quien mantiene económicamente su condición de vagancia inalienable.
El verdadero daño que ha ocasionado el estado de bienestar se lo ha hecho al esfuerzo y al trabajo, condenando cualquier tipo de esfuerzo, de ambición y de deseo de progreso como se condena a una actitud ridícula e innecesaria. ¿Para qué trabajar duro, si ya nos dan todo?
El daño es tremendo porque al dañar la ambición y ese afán que nace del “hambre espiritual” de todo hombre valioso, se daña también toda posibilidad de progreso.
Hace unos días escuché una conversación que me erizó los pelos. El conserje de mi urbanización (un ejemplar de vago digno de estudio) se entrometía en los trabajos que estaba haciendo un señor rumano en la piscina de un vecino.
Desde el principio de su charla se encargó de subestimar la actitud de trabajo de estos hombres duros, que emigran para hacerse un lugar en la “europa libre” después de vivir casi una vida bajo el yugo de regímenes comunistas.
“¿Sabes lo que hago yo, para mantenerme así de joven? se auto preguntaba el vago del conserje.
-“Pues trabajar lo menos posible” se auto respondía el ejemplar español, dedicado a vivir del cuento e intentando a su vez ridiculizar el trabajo ajeno.
El rumano que seguía imparable trabajando bajo el sol, le contestó: “vete ya, que no tenemos tiempo de charla, tengo que dejar lista esta piscina para esta tarde”
La diferencia entre quien se cria a base de derechos y quien se cria a base de obligaciones es abismal.
Y si vas a necesitar a alguien que te haga algún trabajo, ya sabes a quien llamar. Ahora, si quieres algún truco de belleza y de salud, te mando por privado el número del conserje.
Otro de los aspectos que ha perdido el trabajo es la capacidad de motivación.
El joven de 30 años que luego de 3 décadas de formación se decide a buscar empleo, suele desilusionarse de no encontrar jamás la horma de su zapato.
Se siente tan preparado académicamente…”tanto master, tanto curso, tanto currículum para ganar una mierda y encima tener un jefe” … es lo que suelen pensar estos jóvenes con sobredosis de aula.
Los currículums son escalofriantes, ahora, cuando entran a trabajar, no saben hacer ni la “o” con un canuto. Se venden como ingenieros nucleares, pero si se funde una bombilla se ven obligados a llamar de urgencia a un manitas.
¡Pero cuidado con decirles algo! Ellos son ultra sensibles, usan lenguaje inclusivo y se ofenden por cualquier cosa y aunque tengan más años de clase que Aristóteles, no son nunca valorados, apreciados, ni remunerados como se merecen.
¡Ah si! Porque a pesar de odiar con devoción a la meritocracia, ellos y sólo ellos, se lo merecen todo!
Otro de los problemas actuales es la falta de hambre, esa ambición que hizo crecer siempre al hombre inquieto y consecuentemente al mundo.
A ellos no se les ha dado la oportunidad de conocerla y esperan que el trabajo sea una actividad motivacional continua y no una rutina dura, pareja, cansina y agotadora que posibilita la subsistencia.
A los dos meses en el puesto de trabajo ya están cansados, sufren de ansiedad o de depresión, solicitan baja por alguna enfermedad psicológica incomprobable y comienzan a preguntarse por el sentido de la vida, están siempre a un paso de apuntarse a estudiar filosofía, de huir a un templo budista o de inventarse alguna estafa nueva, para seguir mantenido por papá estado toda la vida.
La desmotivación es un tema recurrente para esta generación, acostumbrada a vivir a través de netflix, de instagram y del videojuego.
Ellos se han acostumbrado a que la vida es un entretenimiento y cualquier trabajo les resulta traumático e insoportable y rápidamente salen en busca de algún tipo de analgésico, de subsidio, de diagnóstico falso o de medicación que les facilite la evasión.
Frente a semejante panorama no es de extrañar que los gobiernos de izquierdas se empeñen ahora en postergar lo más posible nuestra jubilación, porque viendo el relevo de flojos disponible para mantener las arcas de estado, no les queda otra opción.
¡El monstruo del estado de bienestar que ellos mismos han creado, no es capaz de mantenerles como es debido!
Desgraciadamente, este Frankenstein de izquierdas, acostumbrado al derecho eterno e inalienable a la quietud, a la necesidad de motivación constante, al reclamo, a la protesta, a la exigencia permanente y a la súper sensibilidad para todo, nos obligará a que trabajemos toda la vida, para seguir manteniéndoles intactos todos sus vicios.
JR