
Mucho se habla de la necesidad de compensación a los grupos desfavorecidos y oprimidos a lo largo de la historia.
Esta normativa busca una justicia compensatoria que impone una discriminacion positiva hacia el defavorecido histórico, en forma de reparación de daños.
¿Pero logran repararse realmente los daños o lo que hacen es crear nuevas desigualdades y resentimientos?
Estas políticas se han usado en muchos países antes que en los Estados Unidos, y países como India, Malasia o Nueva Zelanda siguen hoy utilizándolas, pero sin obtener los buenos resultados deseados.
La filosofía de estas políticas sociales compensatorias, resulta en un principio convincente, justa y solidaria, pero desgraciadamente los resultados que provoca, generan nuevas desigualdades y atraen nuevos peligros.
Estas políticas se incorporan primero como políticas “transitorias”, que buscan equilibrar la balanza de un período determinado, pero en la realidad, nunca concluyen y permanecen fijas como políticas establecidas.
Por lo cual, generaciones que no han tenido nada que ver en determinados procesos históricos desfavorables hacia un colectivo determinado, terminan pagando con su propia desigualdad, la desigualdad histórica de una raza.
Las políticas de acción afirmativa garantizan un cupo en las universidades americanas a personas de colectivos minoritarios, que pueden acceder a determinados cupos con mucha menos nota, que la que se pide al resto del alumnado.
El problema surge en la clase, cuando el profesor se ve obligado a bajar el ritmo de enseñanza para acompañar a este grupo que no está al nivel del resto.
Esta desigualdad ha motivado también a que se califique de una forma mas benigna a los colectivos menos capaces, otorgándoles calificaciones más altas que al resto.
Estas nuevas desigualdades no sólo provocan frustración en aquel que en el fondo sabe que no está al nivel que necesitaría, sino que provoca resentimiento en aquellos que para obtener la misma calificación que el individuo del colectivo favorecido por la ley, se le exige el triple.
Aquí es cuando la justicia se hace injusta pero al revés y no justamente con los verdaderos culpables de la opresión histórica.
Hoy “pagan justos por pecadores” como dice el dicho. Pero la pregunta es ¿Hasta cuándo pagarán?
La respuesta sería hasta que la balanza llegue a un medio, pero los hechos y la historia de la humanidad entera, no sólo han demostrado que jamás se ha llegado a un medio, sino que esta balanza artificial ha provocado el efecto contrario.
Esta balanza regulada ha demostrado que cuantas más facilidades y mimos recibe un individuo, menos es el esfuerzo que hace para sobrevivir y por ende, el resultado es negativo.
Según dicen los estudios, el colectivo negro se esmeraba más por su progreso antes de la aparición de estos beneficios, que con ellos.
Al estar la vara mucho más baja, la motivación es inferior y el resultado mediocre. Pero aún así, la proporción del progreso no cede a la desigualdad, aunque la mayoría de estos favorecidos por la ley abandone los estudios universitarios por no sentirse a nivel del resto y no llegue nunca a graduarse.
Si ese mismo individuo hubiese entrado a la universidad que le hubiera tocado por su nota, sin la intervención del derecho de ventaja, seguramente hubiese concluido sus estudios, al haberse hallado en un entorno más acorde a su nivel intelectual.
Pero los políticos insisten entonces en obviar los hechos y nos atizan con más de la misma medicina y obligan a empresarios a incorporar a colectivos desfavorecidos, sin importar el talento o las aptitudes que éstos tengan para el trabajo específico.
Y aquel dicho de Martín Luther King “ tengo un sueño de un mundo en donde no importe el color de la piel , sino el contenido de su carácter” ha quedado otra vez enterrado dentro de políticas sociales que nos obligan a elegir o a denegar por color, sexo y raza, en vez de por talento.
¿Acaso no tengo derecho a ocupar un puesto aunque no esté calificado para él? Es la pregunta que hace aquel que se siente en poder de todos los derechos, al empleador.
Este es el constante reclamo contemporáneo a merecer algo que no me he ganado, por lo cual no es un derecho.
Hoy el derecho le gana la batalla al logro y la meritocracia es considerada como “la tiranía de las capacidades”. Aquel que sea inteligente y trabajador merece ser castigado.
Uno al final del día se pregunta ¿estoy ocupando este puesto por inteligente o por latino, mujer, negro, indígena o trans?
La verdad es que en este mundo tan propenso a la búsqueda del multicolor siempre nos quedará esa duda, pero de lo que no nos cabe duda, es de que el talento, ya no es lo primero.
Nos preguntamos entonces, si es positivo para una sociedad prescindir del talento en pos de la igualdad.
¿Nos beneficia realmente como sociedad que busca evolucionar, esta balanza a la baja a la que nos impulsan los políticos con sus políticas igualitarias?
Todas estas nuevas políticas de justicia social han generado también muchas trampas “hecha la ley, hecha la trampa” dice el famoso dicho y no se equivoca.
Según consta en los censos, hoy existen más indígenas americanos en los Estados Unidos que nunca antes; esto, que es científicamente imposible está ocurriendo, porque la gente busca en los árboles genealógicos algún antepasado lejano indígena, negro o latino, o contrata a alguien de alguno de estos colectivos para que le ayude a acceder a los beneficios que se les prescriben; sean cupos, ayudas o subsidios.
Lo mismo sucede con los incentivos a la pobreza, que se otorgan a las personas sin empleo.
Si consigues el empleo pierdes el subsidio, por lo cual la gente aprende a mantenerse siempre desempleada e inútil, para no perder jamás la paga gratis.
Y los políticos se aseguran así el crecimiento de una población idiota y dependiente, que les vote en las siguientes elecciones.
Vivimos en una sociedad que habla tanto de derechos, que se ha olvidado de que tiene responsabilidad.
Buscarte un futuro, estudiar, conseguir un sustento, superarte cada día, aprender un oficio, no son tus derechos, sino tu única y primera responsabilidad.
El Estado paternal que protege tanto y asfixia, que te cuida tanto y te amputa, que vela tanto por ti que te anula, no es un buen estado.
Esa clase de estados, en donde todo está regulado, en donde no hay espacio para la libertad de ser o no ser quien quieras ser y atenerte a tus malas desiciones a cada paso, no busca crear a una sociedad responsable y creadora de su destino, sino todo lo contrario.
Esta clase de estados funciona como el padre extremadamente bondadoso y bueno, que te coloca dentro de un tuperware para que nada te haga daño, para que nada te lastime, para que nada te perturbe, mientras te mantiene cómodo, atendido, abúlico, imbecil y tranquilo, y anula tus responsabilidades llenándote de derechos, que nunca te has trabajado y nunca te has merecido.
JR