
Hace unas semanas mi hijo consiguió un trabajo en una multinacional muy importante. Su primera reacción fue positiva y al principio se le vía muy contento de haber accedido a semejante oportunidad laboral.
Pero un par de días después de recibir la noticia, llegó a casa un poco más desanimado y diciendo que sus amigos le habían advertido de que le iban a explotar.
Como yo pertenezco a una institución de enseñanza superior, conozco bien el adoctrinamiento marxista al que todo estudiante universitario se expone al realizar estudios de tercer grado, así que decidí razonar con él algunas dudas sobre este planteamiento tan actual y cómodo, que tienen hoy los jóvenes criados en el capitalismo, y que se basa en relacionar automáticamente a cualquier tipo de actividad laboral, con una explotación.
Todo lo que sea levantarse de la cama, acabar las vacaciones, no irse de vacaciones, apagar Netflix o dejar la Playstation, implica; para esta juventud cómoda y mantenida desde el nacimiento hasta la eternidad; una explotación muy injusta.
El problema con la explotación en los sistemas capitalistas, es que todo aquel que se niega a dejarse explotar trabajando para ganarse el pan, termina inevitablemente explotando a otro, que es quien tiene que proporcionarle el sustento, con su propia explotación.
Porque para que mi hijo sea fiel a sus ideales marxistas y no sea explotado, yo debería seguir pagando sus gastos, su manutención, su gasolina, el renting del coche, lavando y planchando su ropa, pagando y cocinando su comida, haciendo su cama, pagando su seguro médico y garantizándole cada verano, unas bonitas vacaciones para descansar.
A medida que avanzaban mis argumentos, mi joven marxista se vió claramente reflejado en la postura del cerdo capitalista explotador, al que tanto él como su generación juvenil, temen con fervor.
Y entonces le pregunté ¿Ahora quién es el explotador y quién el explotado?
De más está decir que el marxista ocupa hoy su puesto de trabajo en la empresa que le contrató y con una amplia sonrisa.
El trabajo ya no le parece tan duro, la empresa tan injusta, ni el jefe tan malo.
Y es que por mucho que la universidad te devuelva a tu hijo convertido en un fiel marxista, no debemos olvidar que la última palabra, la tiene siempre el cerdo capitalista que le mantiene.
JR